Friday, November 2, 2012

LA VOZ DEL PUEBLO Estado Laico / VERSION DE hUGO pPCADO

Estado Confesional / Estado Laico ¿La disyuntiva verdadera?

Fuente: Miguel Picado, Pbro.  |  2012-11-02

Una señora periodista me planteó las preguntas que aparecen en el siguiente texto. Por razones que desconozco, decidió no publicar mis respuestas. Las doy al público por si tienen algún interés.
 
P: Costa Rica enfrenta la disyuntiva de abandonar el Estado confesional para convertirlo en laico. En Costa Rica
¿Implica esto que el país se convertiría en una nación atea o en contra de las religiones?
R: En mi opinión, la disyuntiva no se da entre Estado confesional y nación atea o antirreligiosa. El verdadero problema reside en la creación y trasmisión de valores, tarea difícil en una sociedad que experimenta transformaciones tan veloces. Desde antes de la fundación del Estado costarricense, la Iglesia creaba y trasmitía valores. Lo hizo admirablemente durante la Campaña Nacional contra los filibusteros y en la reforma social de los años de 1940. Lo hizo impulsando la educación mediante centros de enseñanza. También fomentó obras asistenciales a menesterosos, con lo cual no solo se les ayudaba sino que también se acrecentaba la sensibilidad social de los sectores adinerados. Lo hizo principalmente apoyando la integración familiar.
Ante los cambios culturales de los últimos decenios, como la sustitución de la familia campesina por la familia urbana, la presencia cada vez más predominante de las empresas de difusión masiva (en especial la televisión), así como la imposición de condiciones laborales que disminuyen el ocio y el descanso, como suprimir feriados religiosos y civiles, y horarios laborales que menoscaban la convivencia familiar, entre otras, se le ha dificultado a las iglesias (no solo a la Católica) la creación y trasmisión de valores. No cabe omitir, sin embargo, que un innegable conservadurismo ético en materias afectivo-sexuales, mal fundamentado en lo teológico, dificulta más la tarea.
El problema tan rápidamente mencionado hace que el asunto "Estado confesional/Estado laico" pierda importancia. Se puede pensar, dada la enorme publicidad que recibe, que sirve para ocultar la verdadera cuestión de fondo: cómo sembrar y cosechar valores ético-espirituales en nuestra población, sobre todo en la generación de reemplazo.
P: ¿Debe el pueblo costarricense conservar su Estado confesional?
R: Dentro de mi planteamiento, el asunto no es tan importante. Quienes procuran un Estado laico no son las iglesias evangélicas (que suman de un 20 a un 25% de la población), sino grupos de minorías sexuales, gais y lésbicos, junto con personas militantemente no religiosas, igualmente minoritarios. Hay que tener bien clara la diferencia entre un Estado laico y un laicismo que anhela recluir la vida religiosa al ámbito de lo privado, de la intimidad personal, excluirla de la cultura y de la vida pública, con lo cual atropella los derechos humanos que dice defender. La Iglesia Católica ha manifestado en diversas ocasiones que no se opone a un Estado laico, pero sí al laicismo. Un Estado laico es respetuoso de la libertad religiosa y en ese sentido protege y valora las expresiones confesionales. Y las valora porque dan sentido a la vida humana, fomentan el gozo de vivir, crean vínculos de solidaridad. De ellas nace mucho arte e iniciativas de bien social. Los líderes religiosos (sean seglares o ministros ordenados) son con frecuencia ciudadanos responsables y progresistas. La existencia de un par de Justos Orozco no debería obnubilar la perspectiva. Hay miles de laicos católicos (no sé si evangélicos en igual proporción) que asumen responsabilidades de bien común en sus barrios y pueblos.
P: ¿Cuáles son los puntos de desencuentro en este tema; es decir por qué hay resistencia, hay perdedores y ganadores con el cambio?
R: La imposición de una cultura laicista (asunto que no coincide ni se deriva necesariamente de un Estado laico, como ya se dejó dicho) a todos nos perjudica. Una cultura no puede fundamentarse solo en los derechos humanos y lo digo sin desconocer ni reducir su importancia. Por cierto, la primera mención en toda la literatura universal del ser humano sin distinciones de etnia, nación, clase social ni sexismo, se encuentra en el Nuevo Testamento, en la Carta a los Gálatas: "Los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer" (3, 27-28). Como se ve, la filosofía de los derechos humanos tiene una de sus raíces, sino la principal, en la fe cristiana. Lo escribo sin ignorar que la relación entre derechos humanos e Iglesia fue tortuosa en los siglos anteriores. Asimismo, quienes propugnan los derechos humanos (todos debemos hacerlo) harían bien reconociendo su raíz cristiana.
El asunto de fondo es que la sola enunciación de los derechos humanos difícilmente crea valores. Los derechos humanos son enunciados defensivos que dicen: "Respete la diferencia, a la diferente, al diverso. No discrimine". Y eso está muy bien, pero no basta. No basta para promover la lucha a favor de los empobrecidos por el sistema neoliberal. No basta, para poner otro ejemplo, para que alguien dedique su vida al cuidado de ancianos malolientes y desagradecidos. A veces, observando la vida cultural y sociopolítica del país, con protagonistas altisonantes a favor del aborto y de las minorías sexuales, me pregunto si no habrá un interés, deseado o no, de ocultar tareas más urgentes y abarcadoras, como una mejor distribución de la riqueza, en esta Costa Rica que nunca había sido tan rica, pero que nunca había tenido tantos pobres, con un 20% de pobreza. Es que organizarse para luchar contra la pobreza, por una sociedad más justa, requiere espiritualidad, mística, entrega de sí mismo a una causa y esto no nace de la sola enunciación de los derechos humanos, no se logra poniendo nuevos artículos en la Constitución ni recordando los que ya existen. Desde luego no estoy diciendo que solo en las religiones hay espiritualidad. Esta también se encuentra, por ejemplo, en determinados grupos ecologistas.
P: ¿Debe la iglesia católica tener la injerencia que ostenta en temas específicos de política nacional (educación sexual por ejemplo)?
R: Una vez más me parece que el problema está mal planteado. La Iglesia Católica, junto con otras organizaciones religiosas, no solo cristianas, tiene una injerencia fáctica, de hecho. Sumados los católicos y los protestantes, un 90% de la población es cristiana y lo pongo barato. El ethos, es decir, las predisposiciones morales de nuestro pueblo, es cristiano y eso no se puede ignorar. Me parece que ciertos grupos laicistas pretenden desconocerlo. Si una legislación sobre tan delicadas cuestiones ignora esta realidad, solo agregaría más desorden al desorden ya existente. Se podría caer en la anomia, en la falta de sentido moral. Cualquiera se puede dar cuenta de que ya hay mucha desorientación en la vida sexual de no pocos adolescentes y jóvenes. Son víctimas de una cultura que mercantiliza y banaliza la sexualidad. Lamento que mi Iglesia en varias oportunidades no haya estado a la altura de las exigencias del momento. No supo dar un apoyo verdaderamente orientador en el asunto de la educación sexual. Se limitó a cómodas condenaciones, sacadas del gavetero. Así desperdició oportunidades de orientar, en consonancia con la visión positiva que tiene la Biblia sobre la sexualidad humana: "Vio Dios cuanto había hecho y todo estaba muy bien" (Génesis 1, 31). Esa posición es compatible con los avances científicos. Todavía hay tiempo para una sana educación afectivo- sexual, que eduque en la responsabilidad en el amor.
(*) Sacerdote Católico