Wednesday, August 7, 2013

LA VOZ DEL PUEBLO Decir lo que queremos /Dorelia Barahona

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Escrito por Dorelia Barahona   
Martes 06 de Agosto de 2013 00:00
Vivir mintiendo es una característica de nuestras sociedades.
Constantemente nos hacemos cuentos sobre nosotros mismos con principio,
desarrollo y fin. Nos los creemos al pie de la letra y los vendemos a los demás.
Les mentimos a los compañeros, a la maestra, al cura, a los papás, a los hijos, a los jefes, a la pareja, al de la ventanilla, cuando no es que al mismo tiempo el de la ventanilla nos miente. Mitómanos de mitómanos, decimos direcciones falsas, sentimientos falsos, economías falsas, títulos y conocimientos falsos, gustos sexuales falsos y hasta tipos de sangre falsos si es del caso.
En un solo día, ¿cuántas veces no decimos la verdad? Montando una mentira sobre otra, en una olimpiada de justificaciones infinitas. Mentiras tontas, útiles, lúdicas. Mentiras mortales, destructoras, perversas.
Para muchos la mentira es tan solo una construcción contradictoria dentro de un sistema lógico. Con solo cambiar las convenciones deja de existir como tal. Por lo tanto lo que es mentira para uno, no es mentira para otro.
El decir: "como no fue al propio, no es mentira", "pensé que era lo mejor", "si no hubiera mentido este asunto nunca hubiera salido", etcétera, nos libera de la moralidad, la represión y por lo tanto de la culpa. Si seguimos por este camino tendremos que basar las futuras relaciones humanas en contratos legales con cláusulas muy específicas para el incumplimiento, buscando siempre que una norma extrema nos regule la vida porque somos incapaces de regularnos nosotros mismos.
Es allí donde surgen los sótanos individuales, las ollas de presión familiares, los pestilentes cajones donde guardamos vidas dobles, vicios, enfermedades, acciones ilegales y toda clase de patologías y vejaciones humanas.
El modelo de la posmodernidad reubica lo morboso del agredido narciso en el espejo vacío de las cosas sin dueño, por lo tanto el tema de la responsabilidad no es su fuerte y mucho menos la culpa. Dentro de la filosofía de la cultura no hay nuevos aportes sobre la teoría de la moral, -seguimos con un envejecido Nietzsche y ciertos intentos desde la teoría de los sistemas- que tengan como personaje principal al ser humano de fines del siglo XX. Quizá la psicología de la conducta, sea la que más ha trabajado esta área en la actualidad.
Mentir por lo tanto no es ni bueno ni malo, que es lo mismo que decir que no es necesariamente malo ni, insisto, necesariamente culposo. Lo que sí es cierto es que nadie nos asegura que sea bueno, como mucho necesario.
Modelamos ficciones. Pasamos entonces de mentir a fingir. Simulamos, representamos, modelamos ficciones, que es lo mismo que hacer cuenta de nosotros mismos sin conciencia de engaño. Pero entonces ¿cuál es el engaño? ¿Cuál es la verdad que se traiciona al engañar? La mía, la tuya, la de Dios, la de la hormiga. ¿La verdad de la traición en su manifestación de filosa y fría utilidad?
Y en este momento es que tomamos conciencia de cuánto nos cuesta comunicar lo que queremos. Ser lo que somos, obtener lo que deseamos.
Reconocer nuestras limitaciones. Dar lo que somos capaces de dar y recibir lo que somos capaces de recibir.
Ni más ni menos la justa medida del vaso de agua de la vida que nos toca beber.
El problema no es ya mentir, fingir ante Dios, el problema es mentir ante nosotros. La respuesta es no solo Ser ante y con Dios, sino Ser ante y con nosotros.
¿Y quiénes somos, qué queremos, y cuánto somos capaces de recibir?
Son preguntas que muy pocos de nosotros somos capaces de hacernos, en el silencio inmenso del sujeto sin objetos, de la persona sin espejos.
Desnuda, encorvada, temerosa, surge la figura del dolor, del aislamiento, del trauma. Es allí, en su espectáculo privado, que surge la respuesta, el reconocimiento sin miedo, la petición sin temor a ser destruido.
Nadie nos va a amar menos por ser lo que somos. Todo lo contrario, nos aman menos cuando no somos lo que somos, cuando tenemos que mentir y figurar para obtener aprobación y afecto en una maratónica loca de acciones sin identidad ni responsables.
Un tipo barbudo hace muchos años dijo que el amor nos hacía libres, yo agregaría, dados los tiempos, el buen amor. Reconozcamos nuestra propia dimensión en medio del mundo, tengámonos fe, paciencia, mientras aprendemos a ser quienes somos, para después comunicarlo a los demás. Mil veces más provecho le sacaríamos al tiempo de la vida de esta manera.
 
Author of this article: Dorelia Barahona