Estimado lector: Me permito comunicarle que oficialmente estoy muerto hasta nuevo aviso.
Sin querer queriendo, la sociedad me ha matado. A mis 70 años, no soy. No existo.
Vea usted: En la pared del gimnasio al que suelo ir hay un enorme cuadro con los rangos de las pulsaciones por minuto de cada cliente según la edad, pero llega hasta los 65 años.
Como consecuencia, cada vez que voy ahí a ejercitarme me siento un fuera de serie y con el ego al tope pues soy el único que puede hacer "spinning", correr en la banda y alzar pesas sin pulsaciones.
El haberme omitido en esa escala ha sido para mí toda una distinción al darme una categoría no de "adulto mayor", como pareciera lo lógico, sino de "espanto superior", es decir, sin presión sanguínea, ni respiración, ni nada.
Para los efectos del gimnasio, yo siempre llego ahí "sin signos compatibles con la vida" (al decir de patrulleros y cruzrrojistas) y nunca desde mi casa sino desde el cementerio.
Igual me pasa con los seguros de viaje. Hasta los 60 años, por una póliza que me costaba $120 me ofrecían $200 mil en efectivo en caso de "patear el balde" estando fuera del país.
En este momento, el mismo seguro no solo me cuesta más caro sino que me dan apenas $50 mil y, muy pronto –ya me lo anunciaron– ni siquiera la póliza me venderán.
¡Protesto! Estoy siendo víctima de asesinos psicológicos prematuros.
Otra prueba que hice hace poco para demostrarme que ante la sociedad ya no vivo fue en los bancos. Al entrar tomé tres fichas numeradas: la "normal", la de "ejecutivos" y la de "roquitos". ¡Ganaron las dos primeras!
Debe haber sido casualidad pero con la ultima ficha estaría ahí yo todavía en la banca del banco literalmente disecado esperando mi turno.
Hace poco, durante una conferencia a la que asistí, el expositor improvisó un sondeo entre los asistentes y la muestra que utilizó fue con aquellos que tenían entre 18 y 65 años.
Es decir, de nuevo me quedé "out of order", para decirlo en el inglés de Tres Ríos, donde vivo. Digo… Donde yazgo.
Por todo lado está uno jodido. El otro día quise ayudar a limpiar los ventanales de una casa y me mandaron a leer el periódico.
Cuando me puse a ojearlo, leí la noticia de que un anciano de 64 años había muerto de un infarto en el patio de su casa tratando de agarrar una gallina para el arroz con pollo del fin de semana.
Si él con 64 años era anciano, uno con setenta ya debe apestar a formaldehído.
Tras una cirugía ambulatoria, a un coetáneo mío le pasó algo parecido cuando el médico, al llenar el formulario sobre su estado de salud, se rehusó a ponerle "sano" bajo el argumento de que después de los 60 años todos vivimos en estado de "capilla ardiente".
Debido a esta situación que me atañe, a través de esta columna presento hoy ante su excelencia la Sala Cuarta un recurso de "Horroris Mortis" para que me sean aclarados los nublados del cielo o del infierno, según corresponda, y pueda ser reconocido al menos como "vivo hasta que no se demuestre lo contrario".
Entre tanto, estimado lector, le advierto que lo que usted acaba de leer no es mi columna habitual sino un acta de defunción, una imagen espectral, una ilusión óptica o, en el mejor de los casos, mi último deseo.
Amén y así sea.
ed@columnistaedgarespinoza.com