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EL ESPECTADOR COMPROMETIDO
El principio monárquico: Ortega “for ever”…
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CARLOS BÁEZ EVERTSZ
Politólogo y sociólogo
Sobre mí
Doctor en sociología (PhD).Postgraduado en comunicación política. Funcionario de carrera por oposición del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado de España (en activo de 1986 al 2009). Ha sido profesor de sociología y ciencias políticas. Actualmente es analista político.
Entre las enfermedades contagiosas de la patología política latinoamericana se encuentra, entre las primeras y más dañinas, la tendencia a la perpetuación en el poder.
El siglo XIX y parte del XX transcurrió entre dictadores y cuando se intentaba establecer gobiernos democráticos las fuerzas oligárquicas criollas con o sin el apoyo de los EE.UU. –pero casi siempre con el mismo-, se encargaban de derrocar al gobernante democrático, para seguir con el festival de caudillos, generales y dictadores.
En el siglo XXI la esperanza esta puesta en que en el subcontinente se vaya consolidando una democracia representativa que, aunque muy imperfecta, diera el protagonismo a los votantes, a los partidos, y a la alternancia democrática en las cimas del Estado. Además de que se logre una sociedad más igualitaria y lo ideal, se establezca una democracia participativa.
Es cierto que en esta primera década los aires pluralistas soplan fuerte, pero aún existen motivos para estar preocupados porque persiste esa tendencia a que cuando se llega al Poder lo más importante es tratar de conservarlo a toda costa, no gobernar eficazmente.
Y a toda costa quiere decir que se emplean todas las armas para ello: el fraude electoral, usando tanto las triquiñuelas antiguas como las más sofisticadas, y sobre todo, se siguen utilizando los recursos del Estado: financieros, humanos, materiales y logísticos, para ganar elecciones desde el Estado.
El gran cambio es que si en los siglos XIX y XX se asesinaba, se encarcelaba o se exiliaba a los adversarios y a los disidentes, ahora simplemente se les anula o se les compra. Formalmente hay pluralismo político, se elevaban y escuchan voces disidentes, se deja que ciertos diarios publiquen artículos críticos, pero todo ello se vuelve irrelevante, ante la poderosa maquinaria estatal dirigida a un solo fin: la perpetuación en el poder.
Otra modalidad lamentable que comienza a ser utilizada en Latinoamérica es la inserción de lo que yo llamo “el principio monárquico” de la sucesión familiar. En aquellos países en que todavía hay cierta respetabilidad a las leyes y cierto pudor, agotado en el poder el tiempo constitucionalmente establecido, el gobernante, deja la presidencia pero cede el mando a su mujer o a un familiar.
En otros el gobernante deja el mando en manos de un familiar que asegura la continuidad familiar. Y todavía veremos más: como los hijos suceden a sus padres, y si sigue la rueda –que no creo que se logre-, el que viva el tiempo suficiente, quizás verá al nieto elevarse al poder.
En Nicaragua, famosa por la dictadura de Tacho Somoza, al que sucedió su hijo Tachito, vemos que el comandante que jugó un papel protagonista en el derrocamiento del último, ahora Presidente en dos elecciones sucesivas, ha logrado por una amplia mayoría de votos que se le reconozca perpetuarse en el poder, presentándose todas las veces que quiera, como candidato a Presidente. Eso se llama rizar el rizo.
Esto demuestra que sigue persistiendo la idea individualista del providencialismo, la creencia de que un Jefe es necesario para llevar adelante un país o lograr una sociedad con mayor justicia social. Mal ejemplo damos con ello.
Sin embargo, uno de los países más prósperos de América Latina, Chile, da el ejemplo contrario, la no reelección sucesiva. Esa fórmula –que para mí no es la ideal políticamente, pero si la más conveniente en esta coyuntura-, permite que el presidente se centre en cumplir al máximo con su programa.
Si es un buen gestor y tiene una concepción de Estado, sabe que ese es el mejor patrimonio que deja al candidato de su partido que pretende sucederle: su buen hacer. Si aún le quedan ganas de volver a repetir volvería a presentarse cuatro años después de finalizar su mandato.
Hay que contemplar hacer modificaciones constitucionales que impidan que pueda suceder al Presidente un ascendiente y un descendiente directo, además de su cónyuge. Eso impediría que la gente que se vuelve “loca” por, y en él, poder, tome decisiones que a todas luces encarrilan las sucesiones presidenciales, en nuestras repúblicas, por la senda del principio monárquico. http://www.acento.com.do/index.php/blog/12486/78/El-principio-monarquico-Ortega-for-ever.html
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Publicado por GUASABARAeditor para GUASABARAeditor el 2/04/2014 07:00:00 a. m. --
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