Tuesday, October 30, 2012

LA VOZ DEL PUEBLO Artículo equilibrado que distingue con oripiedad la figura del gran parlamentarista José Merino

José Merino

    
 
La política y el debate cívico de Costa Rica acaban de perder mucho con la muerte de José Merino del Río. En épocas tan turbias como las que nos tocó vivir en las últimas décadas –cuando muchos de nuestros políticos utilizaron el ámbito de lo público para promover sus agendas y negocios privados, cuando el aire que nos tocó respirar se nos volvió tan denso y sospechoso, y eso lo cobran, por cierto, las nuevas generaciones, las cuales descreen y desprecian la política–, José Merino fue un hombre realmente singular, que reunió tres atributos esenciales para cualquier persona, para cualquier político, independientemente de su filiación ideológica y su visión del mundo.
 
En primer lugar, fue un hombre íntegro y coherente. Sus acciones correspondían a sus ideas, y sólo eso ya basta para reconocerle una gran valentía moral y ética. Hoy día no anda mucha gente así por estas calles. En segundo lugar, vivió de acuerdo a sus pasiones. Fue una persona que dedicó su vida a aquellas ideas y objetivos que consideró correctos: la cuestión social, la necesidades colectivas, la arquitectura de lo público, como decía Aristóteles. Su tercera virtud fue su vocación intelectual. En un país donde estudiar y leer ya no se considera una virtud, Merino trató de vivir su vida cívica y política con la profundidad no únicamente del intelectual orgánico que reclamaba Antonio Gramsci (decirlo resulta cansino, un lugar común y casi una pose a estas alturas del partido, sobre todo en círculos académicos), sino algo mucho más simple: el hombre culto, la persona culta que el propio Aristóteles reclamaba para aquellos que querían dedicarse a lo público.
 
Doxa, logos y episteme (palabra, conocimiento y sistema) son los tres requisitos que deberían tener las personas que pretenden dirigir la vida cívica de cualquier país. Merino hizo un esfuerzo por integrar las tres. Lástima que haya tánta gente por allí, no sólo en Costa Rica sino en nuestra América Latina, moviendo plazas públicas, regentando oficinas, curules, grandes presupuestos de Estado, definiendo el destino de nuestras sociedades, a pura doxa y a puro discurso. El discurso no basta. Sin conocimiento, y sin el conocimiento integrado que supone el sistema, es imposible entender la sociedad. Y es imposible generar las complejas reformas institucionales y sociales que implican estos tiempos.-
 
El desprecio al conocimiento es uno de los graves problemas de la Costa Rica actual. En otras décadas, conocí algunos políticos realmente cultos en esta sociedad. Recuerdo a Daniel Oduber, a quien traté siendo yo un joven estudiante, a Rodolfo Cerdas, a Solano Orfila, a don Pepe o Alberto Martén, con quienes traté muy joven. A Alberto Dimare, a Arnoldo Ferreto o Guido Fernández. Nombres muy dispares que tenían, sin embargo, alguno en común: dedicaron muchos años de su vida al estudio y a la reflexión. Y después a la acción. Ya casi no hay gente así en nuestra vida cívica, la cual se ha vuelto un campo yermo, un territorio más o menos desolado.
 
Uno podía estar de acuerdo o no con José Merino, pero había que reconocerle siempre una reflexión intelectual madura antes de cualquier discurso o antes de cualquier acción. Era un placer encontrárselo por allí, y tomar una copa de vino, y conversar sobre el mundo y la sociedad. Tenía la virtud del buen decir y del buen hacer. A Patricia, a sus hijas, a Eduardo y a toda su familia, les hago llegar mi pesar.-
 
 

1 comentario

  1. Fernando Morales
    Suscribo las palabras del Dr. Ordóñez. Definitivamente Costa Rica ha pérdido a un ilustre ciudadano y político. Una persona de esas que luchan toda la vida, "esos son los imprescindibles", según Bertolt Brecht.

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